miércoles, 25 de noviembre de 2015

La verdad sobre Layla

Acabó antes de empezar. A mi pesar. No sé cómo, intuyo el por qué. Yo fui un gilipollas que me centré demasiado en mí mismo, en mi salto, dejando de lado lo que de verdad importaba, la fuerza que me impulsaba: Ella.
Hoy me ha dicho que se acabó; aunque se acabó antes; se acabó con ese cúmulo de <<No me apetece>> y <<No estoy de humor>>, con niñerías de un niñato incapaz de afrontar una relación. Yo la desesperaba, y le decía TE QUIERO. Ella se enfadaba diciéndome que no sabía lo que significaba eso. Nunca me creyó.
No hubo vez que lo dijera sin sentirlo. No hubo vez que lo declarara sin sonreír imaginando como al otro lado del teléfono estaría ella tomándome demasiado en serio, con esa carita redonda y lisa, con esos dientecillos asomando tras esa boca que en ese momento hubiera matado por besar. Porque fue distinta a todas. Porque, pese a la distancia, fue real. Un continuo enfado. Una perpetua reconciliación. Porque adoraba discutir con ella, porque era consciente de que no nos podríamos pelear. La insultaba y acto seguido le decía <<Quiero follarte>>, contestando ella <<Y yo a ti>>, bifurcando el cabreo hacia una eclosión sexual. Qué más daba el tema, eran solo palabras. Ella y yo; sobraba lo demás.
No sé cuántas veces pude pedirle matrimonio. Es una de las cosas que echaré en falta. Pequeños detalles le iba comentando cada vez que se me ocurrían. Quiénes serían los padrinos, dónde podríamos celebrarlo. El postre acordamos que sería una tarta de merengue, pero yo a ella, como sorpresa, le pasaría a escondidas un crêpe de esos a los que era adicta.
En cuanto al viaje de novios, le dije que no importaba el sitio, porque no la dejaría salir de la habitación.
Me enamoraba comentarle estos detalles a sabiendas de que nunca tendrían lugar. Imaginarlo era una forma de vivirlo.

Desde el primer momento, desde aquel correo que me notificó su respuesta en una web de viajes, supe que era una de ellas. Una de esas mujeres que, contadas con los dedos de una mano, te pasan factura. Una de esas que recordarás toda tu vida. Vivimos poco juntos, y qué. Sé que no la olvidaré jamás, porque me hizo soñar. Llegó a mi vida en un momento totalmente oscuro, donde la esperanza se había fugado. No había nada. E irrumpió ella (aunque costó que irrumpiera; una convicción absurda me hizo atosigarla día y noche, especialmente las noches, hablándole, lanzándole preguntas que ignoraba, respondiendo a los tres días; pero yo insistía; insistía porque estaba seguro que era una de ellas). Y una madrugada de domingo, el cambio. Un órdago. Toda la mañana del lunes hablamos. Bueno, hablé; ella según la costumbre. Pero por la noche... Por la noche algo pasó. Pasó que fui correspondido, incrédulamente correspondido. Todo se volvió realidad.

Y le dije que me iba a Barcelona. El motivo no era ella en exclusiva, pero sí el que pesaba más. ¿A quién coño le importaba encontrar trabajo o la Indepèndencia? A mi solo me importaba sentir su piel, sus labios, esa vagina que intuía mágica. No veía otra cosa que mi vida con ella. Me advirtió que quizás no me gustase, que a veces era insoportable. Yo le repetía una y otra vez <<Y qué>>. Sabía que podría tolerarlo todo, que esas mañanas de domingo pasadas bajo las sábanas compensarían cualquier cosa, esas mañanas que solo dejaríamos atrás para comer, para cuando, hartos de habernos comido uno a otro, pidiésemos pizza a domicilio, saliendo ella desnuda de la cama una vez sonara el timbre para ir a pagarle al repartidor, poniéndose mi ropa, mi camisa de la noche del sábado que había dejado sobre su silla. Noches de sábados que pasaríamos en cines, toqueteándonos en la oscuridad, o en restaurantes, toqueteándonos bajo las mesas, mientras la veía comer como una gorda, como mi gorda. Y los días entre semana pasarlos abrazados, bajo una manta, haciendo como que mirábamos la tele, sintiéndonos por debajo, besándonos. Porque no pararía de besarla. Su boca suave y cálida. Y mirarla. Mirarla cada día, cada mañana cuando guapísima se fuese a trabajar, cada noche cuando, aún más guapa, sus párpados bajaran. Y besarla, en la mejilla, arropándola con la manta, dándole las buenas noches.
Porque me cuesta pensar qué será mi vida a partir de ahora, porque ya la había incluido en ella. Porque me imaginaba yendo fines de semana por ahí, perdiéndonos cuando se sacase el carnet. Me imaginaba yendo a Andorra, y a Perpignan, qué más daba. Me imaginaba yendo a mil viajes, a Lyon, a Turín, a esas dos ciudades mágicas, con ella. Escucharla mientras charlaba como una cotorra por las calles extranjeras con ese acento suyo que me encantaba. Y verla dormir cuando arribásemos cansados al hotel; pagaría por verla dormir.

Pero me lo perdí todo. Lo perdí todo. Lo aposté todo a la química y perdí; hacía falta más para una chica así. Me perdí verla sonreir. Me perdí verla llorar. Me perdí ver que me viera y nos entendiéramos sin más, sobrando como habían sobrado siempre las palabras. Me perdí comer helado junto a ella. Me perdí verla en la playa. Me perdí follarnos a lo bestia fundiendo nuestro aliento. Me perdí sus agobios, sus pesadillas, sus ilusiones y descalabros. Sus abrazos. Me perdí mirarla a los ojos. Me perdí verla crecer como persona. Me perdí verla embarazada (había de ser una embarazada preciosa). Me perdí ver cómo pasaban los meses, los años. Me perdí verla envejecer, ver cómo sus manos se arrugaban sobre las mías. Los baños juntos, las risas juntos, las peleas. Todo, me lo perdí.

No sé qué más decir. Menos no puedo decir. La cosa se resumiría con un simple Te quiero, pero ella quizás seguiría sin creerme. Espero que me crea al menos cuando digo que la querré siempre.

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