jueves, 26 de noviembre de 2015

Las niñas te lo quitarán

Había una vez un niño tímido y sonrojadizo, un niño que solo se quería enamorar. Los demás niñitos le comentaban que estaba loco, que esas cosas acababan por hacer daño, se lo habían dicho sus papás.
En el barrio en que vivía el niñito, solo había niños, pero los sábados de mercado, había visto pasear junto a los puestos a una niñita con su abuelo. <<¿De dónde será esa niña?>> se preguntaba. Un día, cuando su hermano mayor hablaba con sus amigos, quiso averiguarlo. <<Aquí no hay niñas, viven en otra ciudad>> le contestó su hermano. <<Olvídate de ellas>> le aconsejó uno de los amigos con los que hablaba.
Pero él no se podía olvidar, pasaba las noches y los días pensando en la niñita, en su cara redonda, en sus paletitas.
A la semana siguiente, volvió a verla, de la mano de su abuelo, tocándose con su mano libre el pelo canela mientras miraba a todas partes curiosa, inquisitiva.
<<Papá, ¿por qué en esta ciudad no hay niñas?>> le preguntó un día cuando los dos estaban sentados en el sofá. Su padre, se levantó y se colocó frente a él. Tomándole su mano, su pequeña manecita, se la llevó a su pecho de niño, a su corazón. <<¿Lo sientes?>>. <<Sí>> contestó el niño. <<Pues las niñas te lo quitarán>>. Él no supo muy bien qué era a lo que su papá se refería, pero seguía queriendo ver a la niña.
Cuando su papá lo acostaba y lo arropaba bajo las sábanas, dándole las buenas noches y él quedaba allí calentito, se ponía su pequeña mano en el corazón pensando en lo que le había dicho su papá, y así se dormía.
Las semanas pasaban y cada día de mercado se asomaba a su ventana, viendo a la niña con su abuelito. Se ponía la mano en el corazón y se dio cuenta de que al verla se le aceleraba, iba más rápido.
Hasta que un día decidió marcharse. Cogió de debajo de la cama su pequeña maleta y dobló su ropita dentro. La tomó y cerró suavemente la puerta para que nadie se enterase. Salió despacio pero decidido. La encontraría.
Preguntó por la calle y una anciana muy simpática le dijo que para ir a la ciudad en que vivían las chicas debía de coger un autobús. Se fue a la parada y allí esperó hasta que llegara su transporte, sentado, balanceando al aire sus piernecitas que colgaban del asiento, ilusionado. <<Voy a verla. Voy a conocer el AMOR>> se decía mientras se sonrojaban sus mofletes.
Llegado el autobús, dio un brinco del asiento, tomó su maletita y se subió. Todos miraban a aquel pequeño, incluido el chófer, que con media sonrisa le preguntó dónde iba. <<A la ciudad de las chicas>> contestó el niño resuelto. <<Ah, bien>> repuso el chófer. Le dijo el precio y el niño abrió su pequeña manecita que agarraba las monedas sobre la mano grande del chófer, dejándolas caer. Avanzó por el pasillo y se sentó en un sitio, poniendo su maletita en el asiento de al lado.
Miraba cómo pasaba la ciudad a través de las ventanas, no atendiendo al paisaje que transcurría, solo sentía su corazón golpear cada vez más fuerte sobre su pechito, notando una nueva cosa en la barriga. Era como aire, era como algo que lo levantaba, que lo llevaba.
El niño se bajó del autobús sin saber por dónde iba a empezar a buscar, y justo en ese momento, para su sorpresa, de una tienda, salió el abuelo de la niña. Decidió seguirlo, con sus pasitos cortos, mientras el viejo caminaba lento por su chivata. Anduvieron hasta que el abuelo se metió en una casa. El niño decidió esperar escondido tras la casa vecina. Y de repente, de la nada, apareció ella. Venía con otras niñas. El niño se quedó ojiplático mirándolas a todas. Se despidieron unas de otras y ella llamó al timbre. El niño, con sus piernecitas, salió corriendo a buscarla intentando llegar antes de que le abrieran la puerta. <<Espera>> gritó, forcejeando como podía con su maleta a rastras. No llegó a tiempo.
Dejó su maletita apoyada contra la acera y miró la puerta. Quedó pensando qué hacer. Tenía que llamar. Y lo hizo.
Estaba nervioso. Se secaba su boca, y el corazón, ahora más que nunca, retumbaba contra su grácil pecho. Abrieron la puerta. Era ella. La miró sonriente, era guapísima, no podía creerlo, la tenía delante, era ya un sueño hecho realidad. Continuaba mirándola, pero entonces se dio cuenta de que ella no hacía nada, lo miraba con indiferencia. <<Ho-hola>> dijo el niñito, saliéndole la voz entrecortada. La llamaron desde dentro y ella, sin pensarlo, le cerró la puerta en la cara.
El niño quedó mirando al suelo, al pie de la puerta, notando cómo un gran peso le caía encima, el peso de casi toda una vida, demasiado para su pequeño cuerpo. Decidió sentarse en la acera, viendo la tarde pasar. Esperando.
Horas más tarde, su amada volvió a salir, iba con su abuelo, de paseo. Él la miró, dañado, pero de nuevo con ilusión. Y volvió a decirle hola. No hubo respuesta. <<¿Quién es?>>, le preguntó el abuelo a la niñita mientras se alejaban, y esta, en una frase lapidaria que el niñito oyó, dijo <<No sé. Un niño raro>>. El niño quedó solo, viendo cómo se alejaba para siempre por la calle. Pareció que iba a llorar, torciéndose su expresión, no obstante, se levantó, cogiendo su maletita y, con sus pequeños pasos, volvió a casa.
Al llegar todos le preguntaban que dónde había estado, pero él nunca dijo nada. Y así siguió su vida.

Una noche, su papá lo acostó y lo arropó, deseándole las buenas noches, dándole un beso. Tras salir, apagó la luz y cerró la puerta, quedando el niño mirando el techo oscuro. Sacó su manita de debajo de las sábanas y, recordando lo que un día le dijo su papá, se la llevó al corazón...
Y entonces lloró.


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