jueves, 12 de noviembre de 2015

Yo soy yo sumergiéndome en las putas circunstancias

Difiero intensamente de la teoría de Ortega, ya que si en algún momento uno es consciente de su individualidad, de sí mismo, lo es conforme más expuesto se encuentre a las mencionadas putas circunstancias.
Si algún día optan por tomar en su vida veredas filosóficas, miren hacia el Este. No hay validez en Occidente; paparruchadas, falacias intelectualoides; mucha teoría y poca praxis.
No obstante, no estoy aquí para adentrarme en tan hondas cavidades. El título de esta entrada viene a hacer referencia a que, aunque no configuren propiamente mi persona -mis circunstancias, digo-, haberlas, haylas.

Llegado al cuarto de siglo, bien meditado el asunto, resolví que la vida no podía reducirse a lo que yo hasta entonces estaba viviendo. Así, en el verano de 2015, pasado un año a todas luces fatídico, procedí a emprender un tanteo de ruptura, perdiéndome durante un mes por diferentes países de Europa.
La desconexión, quedó patente, fue efímera, pues nada más bajar del avión me esperaba allí con los brazos abiertos la pregunta que con ese viaje intenté ingenuamente esquivar: "¿Qué cojones hacer con mi vida?".
El interrogante ya había sido pospuesto por dos años, tras los cuales, tocadas un par de vertientes, valoradas todas las posibilidades, seguía en el mismo sitio que en el 2013 cuando finalicé una licenciatura sin más valía que la que -hablando de pragmatismo- poseía nominalmente.
Se me planteaba entonces seguir topetándome contra el Muro (hacer un máster, vaciando mis bolsillos y engordando los de alguno, para después de un año tornar a lo mismo -eso sí, con un nuevo título en mi currículum, ahí es nada-; u opositar, despilfarrar mi tiempo por un puesto rutinario y mísero que, en el caso de conseguirlo, me permitiese almacenar los suficientes fondos para conocer a una chica, convencerme de que era la verdadera, follármela cuando ella gustase, aguantarla mientras tanto, comprar una casa, casarme y tener hijos) o continuar mirándolo, quieto, advirtiendo con cara de asco y escepticismo que todos aquellos que se pegaban cabezazos contra él estaban más que equivocados (en resumidas cuentas, la desagradecida ocupación que venía ejerciendo de aquí a un par de años).
¿Qué hacer, por tanto? No quería adentrarme en ese camino que intuía amargo, erróneo; tampoco podía seguir parado...

Opté por lanzarme campo a través. Huir hacia delante. Correr despavorido, como un demente. A estos años no estaba seguro de lo que quería, pero sí lo estaba, por completo, de lo que no quería.
Escapar, de acuerdo. ¿Adónde?

Digamos que la situación se fue configurando por sí sola. Recluido durante toda mi existencia en un minúsculo y retrógrado pueblo que no cambiaba, y no tenía intención de hacerlo, el destino quedaba más o menos claro: Una gran ciudad. Valoré durante un tiempo la emigración al extranjero, a la antigua usanza, sin trabajo, sin becas, llegar con una mano detrás y otra delante, como nuestros ancestros, y hartarme de fregar cacerolas (kitchen porter es ahora el término) por un raquítico sueldo. ¡Un saludo a nuestro Gobierno!
No tardé en descartar tal rumbo. No exclusivamente por eso, pesó en mi decisión sobremanera el clima. Me bastó un vistazo a una web meteorológica que me facilitó las temperaturas medias en los meses que se avecinaban para preguntarme a mí mismo dónde coño iba. Mis ansias de salir no se equiparaban al padecimiento de tamañas penurias.

Quedaron Madrid y Barcelona. La ocasión la pintan calva, dijeron, y apareció Romeva. El proceso independentista se volvía plausible por un ímpetu al que la ineficacia de un Partido no sabía reaccionar. Y las elecciones lo sirvieron en bandeja. Los adalides de la Independència, metidos en el barro hasta las cachas, decidieron que era tarde para recular, aprovechando el resquicio que dejaron las urnas. Entraron en terreno. Fijaron el acelerador, cerraron los ojos, se taparon los oídos; y en esas estamos. Sin posibilidad de retroceso.
Tras valorarlo, ante la ocasión de que este fuera verdaderamente un momento histórico, uno de esos a los que se les dedica un párrafo en enciclopedias y en manuales coordinados por vejestorios en departamentos de facultades, no tardé en determinarlo. Tampoco es que hubiera otra cosa mejor que hacer.
Pero, cándidos lectores, no crean que solo este pretexto, ínfimo en comparación, fue el motor que dispuso mi marcha a estos nuevos territorios... Layla y sus tangas también tuvieron su peso.




No hay comentarios:

Publicar un comentario