miércoles, 13 de enero de 2016

Mas out, Carles Puigdemont is the "man"

Convergència mueve ficha. No ha colado el farol. Para chulos, los antisistema. Han perdido el pulso. Mas se retira alzando al aire el dedo advirtiendo que lo suyo no es un adiós. Pobre espantapájaros. Si de verdad este tío vuelve a primera línea política y su "paso al lado" no conlleva un hundimiento progresivo, podemos gritar en alto que nuestro sistema democrático está más que jodido. Lo triste es que es ciertamente plausible. Lo triste es que me lo creo. No por la veracidad que pueda conceder a su palabra (veracidad que se descalabra en cuanto asoma un ojo por la hemeroteca: Retrocedamos unos días para topar con sus ahora irrisorias "ganes de plantar cara a alguns d'aquí que posen les coses excessivament difícils"), sino por ser consciente de que el stablishment está lo suficientemente corrompido como para que la satisfacción de favores se emplace a un momento menos convulso, menos llamativo.
Para salir del paso -por otra parte, porque dudo que el pobre dé para más-, se ha colocado en la presidencia a Carles Puigmenont, antítesis de Arturito. En el lado bueno de este antagonismo está el inmaculado historial que supongo tendrá el escogido, siendo, probablemente, el menos salpicado dentro del consabido corrupto partido. En el lado malo, que carece por completo del carisma, la arrogancia y la apostura que poseía el que lo precede -actitud clave, mucho más, para un momento como este-. Puigdemont, por si no lo han advertido, además de feo, mustio y con voz de pito, es la personificación del café descafeinado, de la cerveza sin alcohol, de la ensalada sin sal, el amigo que se queda en una esquina y, tímidamente, sin abrir el pico, sonríe. Actitud que, por otra parte, junto con unos determinados ideales y la fidelidad a un partido, lo ha colocado en este sitio. No resta pero tampoco suma. Representa a la perfección el guiñol, el títere, un recurso en manos del partido: Solo hay que ver la imagen con Mas en su renuncia, donde el experimentado y atractivo líder de la manada le echa el brazo por encima al macho beta, gamma, delta, épsilon..., omega, porque momentáneamente lo necesita. El otro, atolondrado, superado, sonríe, regocijado bajo la encomienda que él, intuyo, creerá justificada, merecida.
Punto de más -de menos, es ironía- para demérito en la deriva que está tomando la pretendida República es el carácter provinciano que viene asumiendo desde hace un tiempo Cataluña, la cerrazón rural, el nacionalismo cateto y palurdo, la patada al cosmopolitismo de la pasada Barcelona, capital artística, y el enarbolamiento como doctrina del pensamiento payés. Ideario de Masía. Tendencia que Puigdemont, pueblerino que es y procediendo de donde procede, siempre que desde instancias más altas se le conceda alguna capacidad de iniciativa, supongo afianzará.
Amigos catalanes, estáis jodidos.


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